(Texto leído en la presentación de En Ciernes Epistolarias nº1 en Córdoba, el 9 de septiembre del 2011)
La verdad es que desde que tuve en mis manos a En ciernes, tengo la sensación, que estaba ante una propuesta distinta, movilizadora, que nos sacaba de la rutina de las lecturas habituales de las revistas culturales y que nos obligaba a “meternos” activamente en ella, a partir de su propia forma epistolaria y de su nombre prometedor de construcciones, de pensamientos –digamos- prometedoramente en estado germinal.
Es, sin duda, en esta primera versión, una revista de transgresores. Intelectuales jóvenes en búsqueda de su propia mirada y de su propia voz ante el mundo en que viven, ante el país que los alberga; preguntas y respuestas provisorias que no caben en la estrechez del pensamiento burocrático.
Pensamiento en ciernes, que para hacerlo público elige rescatar una forma antigua de comunicación, que a pesar de su vetustez es un medio poderoso para el desafío de intentar ensayos colectivos. El género epistolar.
Como lo explican sus directores editoriales, la trama de En ciernes comienza con un tema y una carta. El destinatario responde, pero a otro, y así sucesivamente hasta que el círculo se cierra y quien envió la primera carta, recibe la última. Una revista de cartas. De cartas en serio, digamos, no del tartamudeo que suelen contener los textos “internéticos”.
Sí, de cartas. Puede que como dice Marcelo Maggi, uno de los personajes de ficción de Respiración Artificial, la gran novela de Ricardo Piglia, cuando afirma escribiendo precisamente una carta, que éstas, en el fondo, son un género anacrónico. Y agrega, con precisión, que “los tiempos han cambiado, las palabras se pierden con mayor facilidad, uno puede verlas flotar en el mar de la historia, hundirse, volver a aparecer, entreveradas en los camalotes de la corriente”. El desafío, creo, es cazarlas, rescatarlas y volverlas universales a través de este eficaz mecanismo epistolar.
Se acomodan bien las palabras, las ideas, en este formato tan versátil. Sirven para el amor, para la bronca, para la controversia, para el acuerdo, para la convocatoria, para la memoria, para el mañana.
Es un rescate que vale la pena. Como lo dicen también los codirectores, si uno mira bien, se encuentra con un formato del que se han valido muchos hombres de pensamiento crítico; elección quizás surgida para que la pasión, caliente las palabras, que en el lenguaje académico suelen morirse de frío.
Ellos recuerdan la Cartas Quillotanas de Alberdi, que no se pueden leer sin acudir a Las ciento y una de Sarmiento o la intensa Correspondencia entre Cooke y Perón, que nos deja un diálogo político intenso y controvertido sobre la realidad política, o la carta – manifiesto que Rodolfo Walsh le dirige, con fuerza de dardo preciso y atinado, a la Junta Militar. Cartas que trascienden incluso la grandeza misma de los personajes y que siguen vivas testimoniando sus tiempos.
En este primer número de En ciernes, el tema es el tren, punto de partida de una reflexión sin límites que indaga en la memoria personal y en la memoria colectiva, que incursiona en la literatura, en la historia, en la política, en la sociología, pero desde una búsqueda de un lenguaje propio, de compromiso con una idea de nación. Las cartas se van entrelazando, van tejiendo desde experiencias personales, perspectivas propias, preguntas actuales, dudas históricas, campos de interés diversos, encaminándose hacia una suerte de ensayo compartido.
En general, en las cartas entran a jugar significados referenciales y afectivos, que le dan una calidez especial, aun en la miradas controversiales. Esa intimidad está presente en En ciernes. Ronsino le escribe a Guiñazu tratándolo de compañero. Éste usa el querido para escribirle a Boverio. Russo llama amigo a Ronsino. Se conocen. A la intimidad, se suma una complicidad que amplía los pensamientos, los pareceres. Es una revista de grupo.
Alguien recuerda, por ejemplo, que el tren es unitario, como pensaba Martínez Estrada o hace hincapié en el trazado portuario que revelaba Scalabrini Ortíz. Otro, desde la vivencia social del ferrocarril, trasmite aquella convicción de los ferroviarios de que los trenes tienen alma. Alguno concluye que si el tren es el símbolo de la modernidad, la literatura argentina está en los cimientos del desarrollo ferroviario. Hay quien liga el ferrocarril original con la furia agro-exportadora de la vieja oligarquía y que ahora amenaza volver –en una de las tesituras- de la mano del boom sojero. Esa amalgama es lo que hace un ensayo colectivo, al que por fortuna nos dejan asomarnos, para apropiarnos de estas miradas y construir la propia.
El género epistolar se presta al debate, entendido como confrontación, de la que hay toda una rica tradición, pero también es propicia a la conversación, al diálogo, que busca, que intenta una mirada común. Para el debate se requiere un adversario. Para el diálogo se requieren compañeros, amigos, cómplices, porque es un intento de construcción colectiva. Es lo que aporta En Ciernes, con textos entreverados entre la intimidad y la política, entendida ésta en su sentido más amplio; en este caso, caminando por el andarivel de la reflexión y de la crítica.
Lo que apasiona es que estas miradas plurales tienen, desde esa perspectiva cómplice, una dosis imprescindible de Utopía. Como literatura política, En Ciernes se ajusta a la definición que hace Piglia sobre ella, en el sentido que habla del futuro por medio del presente y del pasado, pero amalgamado. Un futuro cercano, que surge de una revisión crítica del ayer. Allí está, entonces, ese diálogo sobre trenes, en este número.
El otro aspecto que me atrae de En Ciernes es su perfil generacional. El estilo de escritura, los invitados que se suman al epistolario y, muy especialmente, la temática transita por preguntas explícitas o implícitas, por dudas expresadas en gritos lacerantes o en murmullos apenas, en “escraches” legítimos, determinada por esa condición de ser hijos de esa generación de los setentas, con sus pasiones y esperanzas, con sus errores garrafales y sus fundamentalismos, pero con un peso específico que en momentos agobia, aplasta, silencia. Sí, nuestra historia, mi historia, en momentos agobia, aplasta, silencia.
Por eso es imperdible la Carta al Padre, de Nicolás Prividera, que retoma sus planteos de la película M de la que es autor, en cuanto a abrir un debate y una incitación a cumplir con el mandato generacional histórico de “matar a los padres”.
El grito de una generación que “creció a la sombra de sus (simbólica o literalmente) derrotados padres”. Como dice Prividera: “¿Cómo ser o no ser, sin caer bajo la ardorosa sombra del (des) aparecido?”. Esa tarea generacional de entender los errores de sus padres, entender –como grita Prividera- la línea que separa el sueño de la pesadilla.
Tema que reaparece, en la original versión del ejercicio de la crítica cultural, en este caso del libro No Matar /Sobre la responsabilidad, registro de la polémica nacida en la Revista La Intemperie, tan unida a nuestra propia experiencia y editada también por la editorial universitaria, en la carta de Mariana Casullo, que pregunta: ¿Cómo dejar entrar, hacer escuchar la voz no-testigo en ese ágora de voces testigos?
Y, por último, desborde de actualidad en Polémica contemporánea donde Horacio González pelea con destreza con un fantasma que dice llamarse Sacher, que tiene estilo y profundidad de crítica, centrando sus dardos en Carta Abierta. Polémica que uno desearía vivamente, que el fantasma termine comunicándose al 48086046 que le ofrece el gran director de la Biblioteca Nacional, para seguir el debate en un trance político pulsional o un tableteo de motores aristotélicos, lo que sea, como dice González, para analizar la cosa.
Leer En Ciernes, les aseguro, es un placer. Quizás sea bueno emplear el método que sugiere Piglia, que propone la forma de la lectura del detective, que presupone una forma comprometida de adentrarse dentro de cada texto, para coparticipar en la búsqueda de una respuesta propia.
En una palabra, imperdible. Sólo podemos esperar ansiosos la segunda En ciernes, mientras nos deleitamos con la cartas de viajeros o las reseñas de encrucijadas. Debo decir que la Revista dio la luz y anuncia su segundo número, como consecuencia de haber sido premiada en el concurso nacional Nuevas Revistas Culturales “Abelardo Castillo”, realizado el año pasado por la Secretaría de Cultura de la Nación. Que tampoco es poco porque demuestra que sigue amaneciendo.