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Presentación en la Feria del Libro de Córdoba

En Ciernes Epistolarias nº 1 fue presentada en Córdoba el 9 de septimebre del 2011. En el marco de la Feria del libro de dicha ciudad, y con la presencia de Luis Rodeiro y Diego Tatián.

Aquí algunas fotos, el texto leído por Luis Rodeiro, yla carta leída por Alejandro Boverio

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Epistolario, de Luis Rodeiro

(Texto leído en la presentación de En Ciernes Epistolarias nº1 en Córdoba, el 9 de septiembre del 2011)

La verdad es que desde que tuve en mis manos a En ciernes, tengo la sensación, que estaba ante una propuesta distinta, movilizadora, que nos sacaba de la rutina de las lecturas habituales de las revistas culturales y que nos obligaba a “meternos” activamente en ella, a partir de su propia forma epistolaria y de su nombre prometedor de construcciones, de pensamientos –digamos- prometedoramente en estado germinal.

Es, sin duda, en esta primera versión, una revista de transgresores. Intelectuales jóvenes en búsqueda de su propia mirada y de su propia voz ante el mundo en que viven, ante el país que los alberga; preguntas y respuestas provisorias que no caben en la estrechez del pensamiento burocrático.

Pensamiento en ciernes, que para hacerlo público elige rescatar una forma antigua de comunicación, que a pesar de su vetustez es un medio poderoso para el desafío de intentar ensayos colectivos. El género epistolar.

Como lo explican sus directores editoriales, la trama de En ciernes comienza con un tema y una carta. El destinatario responde, pero a otro, y así sucesivamente hasta que el círculo se cierra y quien envió la primera carta, recibe la última. Una revista de cartas. De cartas en serio, digamos, no del tartamudeo que suelen contener los textos “internéticos”.

Sí, de cartas. Puede que como dice Marcelo Maggi, uno de los personajes de ficción de Respiración Artificial, la gran novela de Ricardo Piglia, cuando afirma escribiendo precisamente una carta, que éstas, en el fondo, son un género anacrónico. Y agrega, con precisión, que “los tiempos han cambiado, las palabras se pierden con mayor facilidad, uno puede verlas flotar en el mar de la historia, hundirse, volver a aparecer, entreveradas en los camalotes de la corriente”. El desafío, creo, es cazarlas, rescatarlas y volverlas universales a través de este eficaz mecanismo epistolar. 

Se acomodan bien las palabras, las ideas, en este formato tan versátil. Sirven para el amor, para la bronca,  para la controversia, para el acuerdo, para la convocatoria, para la memoria, para el mañana.

Es un rescate que vale la pena. Como lo dicen también los codirectores, si uno mira bien, se encuentra con un formato del que se han valido muchos hombres de pensamiento crítico; elección quizás surgida para que la pasión, caliente las palabras, que en el lenguaje académico suelen morirse de frío.

Ellos recuerdan la Cartas Quillotanas de Alberdi, que no se pueden leer sin acudir a Las ciento y una de Sarmiento o la intensa Correspondencia entre Cooke y Perón, que nos deja un diálogo político intenso y controvertido sobre la realidad política, o  la carta – manifiesto que Rodolfo Walsh le dirige, con fuerza de dardo preciso y atinado, a la Junta Militar. Cartas que trascienden incluso la grandeza misma de los personajes y que siguen vivas testimoniando sus tiempos.

En este primer número de En ciernes, el tema es el tren, punto de partida de una reflexión sin límites que indaga en la memoria personal y en la memoria colectiva, que incursiona en la literatura, en la historia, en la política, en la sociología, pero desde una búsqueda de un lenguaje propio, de compromiso con una idea de nación. Las cartas se van entrelazando, van tejiendo desde experiencias personales, perspectivas propias, preguntas actuales, dudas históricas, campos de interés diversos, encaminándose hacia una suerte de ensayo compartido.

En general, en las cartas entran a jugar significados referenciales y afectivos, que le dan una calidez especial, aun en la miradas controversiales. Esa intimidad está presente en En ciernes. Ronsino le escribe a Guiñazu tratándolo de compañero. Éste usa el querido para escribirle a Boverio. Russo llama amigo a Ronsino. Se conocen. A la intimidad, se suma una complicidad que amplía los pensamientos, los pareceres. Es una revista de grupo.

Alguien recuerda, por ejemplo, que el tren es unitario, como pensaba Martínez Estrada o hace hincapié en el trazado portuario que revelaba Scalabrini Ortíz. Otro, desde la vivencia social del ferrocarril, trasmite aquella convicción de los ferroviarios de que los trenes tienen alma. Alguno concluye que si el tren es el símbolo de la modernidad, la literatura argentina está en los cimientos del desarrollo ferroviario. Hay quien liga el ferrocarril original con la furia agro-exportadora de la vieja oligarquía y que ahora amenaza volver –en una de las tesituras- de la mano del boom sojero. Esa amalgama es lo que hace un ensayo colectivo, al que por fortuna nos dejan asomarnos, para apropiarnos de estas miradas y construir la propia.

El género epistolar se presta al debate, entendido como confrontación, de la que hay toda una rica tradición, pero también es propicia a la conversación, al diálogo, que busca, que intenta una mirada común. Para el debate se requiere un adversario. Para el diálogo se requieren compañeros, amigos, cómplices, porque es un intento de construcción colectiva. Es lo que aporta En Ciernes, con textos entreverados entre la intimidad y la política, entendida ésta en su sentido más amplio; en este caso, caminando por el andarivel de la reflexión y de la crítica.

Lo que apasiona es que estas miradas plurales tienen, desde esa perspectiva cómplice, una dosis imprescindible de Utopía. Como literatura política, En Ciernes se ajusta a la definición que hace Piglia sobre ella, en el sentido que habla del futuro por medio del presente y del pasado, pero amalgamado. Un futuro cercano, que surge de una revisión crítica del ayer. Allí está, entonces, ese diálogo sobre trenes, en este número.

El otro aspecto que me atrae de En Ciernes es su perfil generacional. El estilo de escritura, los invitados que se suman al epistolario y, muy especialmente, la temática transita por preguntas explícitas o implícitas, por dudas expresadas en gritos lacerantes o en murmullos apenas, en “escraches” legítimos, determinada por esa condición de ser hijos de esa generación de los setentas, con sus pasiones y esperanzas, con sus errores garrafales y sus fundamentalismos, pero con un peso específico que en momentos agobia, aplasta, silencia. Sí, nuestra historia, mi historia, en momentos agobia, aplasta, silencia.

Por eso es imperdible la Carta al Padre, de Nicolás Prividera, que retoma sus planteos de la película M de la que es autor, en cuanto a abrir un debate y una incitación a cumplir con el mandato generacional histórico de “matar a los padres”.

El grito de una generación que “creció a la sombra de sus (simbólica o literalmente) derrotados padres”. Como dice Prividera: “¿Cómo ser o no ser, sin caer bajo la ardorosa sombra del (des) aparecido?”. Esa tarea generacional de entender los errores de sus padres, entender –como grita Prividera- la línea que separa el sueño de la pesadilla.

Tema que reaparece, en la original versión del ejercicio de la crítica cultural, en este caso del libro No Matar /Sobre la responsabilidad, registro de la polémica nacida en la Revista La Intemperie, tan unida a nuestra propia experiencia y editada también por la editorial universitaria, en la carta de Mariana Casullo, que pregunta: ¿Cómo dejar entrar, hacer escuchar la voz no-testigo en ese ágora de voces testigos?

Y, por último, desborde de actualidad en Polémica contemporánea donde Horacio González pelea con destreza con un fantasma que dice llamarse Sacher, que tiene estilo y profundidad de crítica, centrando sus dardos en Carta Abierta. Polémica que uno desearía vivamente, que el fantasma termine comunicándose al 48086046 que le ofrece el gran director de la Biblioteca Nacional, para seguir el debate en un trance político pulsional o un tableteo de motores aristotélicos, lo que sea, como dice González, para analizar la cosa.

Leer En Ciernes, les aseguro, es un placer. Quizás sea bueno emplear el método que sugiere Piglia, que propone la forma de la lectura del detective, que presupone una forma comprometida de adentrarse dentro de cada texto, para coparticipar en la búsqueda de una respuesta propia.

En una palabra, imperdible. Sólo podemos esperar ansiosos la segunda En ciernes, mientras nos deleitamos con la cartas de viajeros o las reseñas de encrucijadas. Debo decir que la Revista dio la luz y anuncia su segundo número, como consecuencia de haber sido premiada en el concurso nacional Nuevas Revistas Culturales “Abelardo Castillo”, realizado el año pasado por la Secretaría de Cultura de la Nación. Que tampoco es poco porque demuestra que sigue amaneciendo.

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Queridos Ronsino y Silva

(Carta leída por Alejandro Boverio en la presentación de En Ciernes nº 1 en Córdoba, el 9 de septiembre del 2011)

Queridos Ronsino y Silva,

las revistas viajaron, como cartas, tal como lo soñábamos con los muchachos. Viajaron desarmadas, desde los talleres de Chivilcoy a Barracas, en donde se terminaron de encuadernar. Pienso en cómo habrá sido el camión en el que llevaron las cajas con los pliegos de En ciernes. Lo imagino robusto y viejo, tomando la Ruta Nacional 5 cuando empezaba a caer la tarde. Lo veo avanzando con las revistas a cuestas, a ritmo cansado y con los faros encendidos, a través del campo.

Estoy convencido de que ese viaje y todo el trabajo material que la revista lleva consigo, era en cierto sentido necesario. Ata los textos, las cartas, a la tierra. Les abre un espacio en bibliotecas, librerías y quiscos de diarios. Les da paso para que circulen de mano en mano. Invita a que sean leídas en voz alta, tal vez, en el subterráneo. O en un bar, ¿quién sabe? La revista, aun sin que lo queramos, se aferra así a un lector real y enfrenta, a su vez, a uno conjetural, ávido de clickeos veloces. La revista encuentra, viajando, su humanidad.

Ya hemos recordado aquello que dijo, alguna vez, el poeta Jean Paul: que los libros son voluminosas cartas escritas a los amigos. Pienso que los textos, los verdaderos textos, los que realmente valen la pena, importan por eso: porque desbordan la letra escrita. Y lo hacen como un envío, que encuentra siempre, siempre si son verdaderos, una respuesta. La carta vuelve explícito eso mismo, ¿no? Género que ya se ha vuelto imprescindible para nosotros, acaso porque él mismo es una disolución de géneros, que se funde con el envío al punto de no ser más, pero nada menos, que eso: un viaje.

Hoy a la mañana leía “bitácora de vuelo”, un sitio cultural cordobés en donde mi amiga Gabriela Carrión ha difundido la presentación de la revista aquí en Córdoba. Un viaje a la cultura es el subtítulo del sitio. Les decía que lo leía, y que volví a leer allí el comienzo de la editorial que escribimos para el primer número de la revista. Decíamos en la editorial: “La historia no es nueva: nos sentamos en ronda y percibimos que alguien se dispone a hablar. Lo escuchamos con atención y, mientras sus palabras avanzan lentamente, comenzamos a sentir la cercanía, nos sentimos cada vez más cerca. Es un principio. ¿Es éste es el principio? Nos encontramos en un bar, una noche de invierno en Buenos Aires. Cómo pesan las palabras en Buenos Aires. Han pasado muchas palabras y muchos bares. Las palabras se arrastran lentas, desde lejos por la calle Corrientes… la famosa calle Corrientes“.

Sentí un fuerte extrañamiento leyendo esas palabras en Córdoba, esta mañana. Las leía como si hubieran ganado un nuevo sentido, como si se hubieran llenado de una fuerza que tenían en potencia, como si hubieran colmado su potencia. Eso constituye, decía Spinoza, la alegría. Estamos de viaje. Las cartas, las revistas han vuelto a viajar. Primero de Chivilcoy a Buenos Aires, ahora de Buenos Aires a Córdoba. Y el viaje nos ha hecho conocer a viejos amigos, amigos que conocimos por otras cartas. Acaso las cartas más impresionantes que se hayan escrito en nuestro país en los últimos años. La primera vez que los leí a Diego Tatián y a Luis Rodeiro fue, justamente, en la polémica sobre el no matarás que inició Del Barco, en la revista La intemperie. Tenía 24 años cuando las leí y me marcaron profundamente. Escribí una carta en esa oportunidad, una carta que nunca envié. Quién sabe porqué. ¿Por pudor?, ¿qué puede decir alguien de 24 años, frente a ellos? De algún modo, las cartas que escribimos ahora son también una respuesta a esas cartas. El viaje a Córdoba es, de alguna manera, una respuesta a esas cartas. Es, entonces, colmar una potencia.

No es casual que ese debate y esa polémica hayan nacido en Córdoba. Ayer a la madrugada mientras caminaba después de picar algo en el bar Sorocavana, me quedé parado, por un momento, sobre la avenida Vélez Sarfield. Pocas veces uno se para en la calle. En general eso sucede cuando uno está de viaje, ¿no? Pararse, un momento, en la calle. Me paré frente a un monumento. Un monumento en recuerdo y homenaje al Cordobazo, emplazado a los cuarenta años de aquella gesta que fue, sin lugar a dudas, un hito en la historia argentina. ¡Cuarenta años! Cuarenta y pico, ahora… Hay una brecha en la historia, a la que uno puede tratar de explicar de diferentes maneras, una brecha que reclama una explicación, pero que se disuelve en el mismo momento en que tratamos de explicitarla. Una brecha que es más, creo, que una brecha generacional. Es una brecha en la historia. ¿Cómo salvarla con el pensamiento?

Es, de alguna manera extraña, también, un viaje entonces hacia esa brecha. Hacia el centro de esa brecha. Pero también hacia el centro de lo que nos constituye en el pensamiento. Un viaje, un periplo. Hace dos o tres semanas leía un libro de Filloy, casualmente un cordobés, leía su primer libro, Periplo. Un diario de viaje escrito a los 36, 37 años. Allí dice, Filloy, que “lo más curioso del viaje es que uno se hace amigo de personas cuyo nombre no conoce, cuyo nombre no interesa y cuyo nombre no se sabrá jamás“. Esa, tal vez, sea la expresión más genuina de un viaje. Por eso me elevo al pensamiento de que la revista y las cartas que la componen, haciendo este viaje a Córdoba, encuentran su sentido.

Una carta se escribe a alguien que no está presente, a alguien que se quiere alcanzar en la distancia, y por eso les escribo a ustedes dos, amigos, que están en Buenos Aires. Leo esta carta dirigida a ustedes en la presentación en Córdoba porque sin ustedes En Ciernes no existiría. Siempre soñé con una mesa de bar como la que empezamos a compartir en el Bar Río, en Almagro, desde que vos Hernán, nos juntaste por primera vez a Russo, a Guiñazú y a mí. La mesa que ha hecho posible, también, En ciernes. El espacio de esa mesa era, hasta hace poco, para mí, una especie de paraíso vedado, algo de otra época. Algo mítico, podría decir. No se imaginan la dimensión de la sonrisa que se me dibuja en la cara cuando alguien me pregunta qué hago a la tarde y yo digo “¿Esta tarde? Esta tarde me encuentro con los muchachos”.

Un fuerte abrazo desde Córdoba,
Boverio

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